Ella: El Cuento Que No Sobrevivió

Estaba entre densos arbustos negros y miles de hormigas amarillas, supongo que me habré sacudido con fuerza para quitármelas de encima porque terminé en la parte fría de la almohada, ya fuera del peligro del bosque y sus tinieblas.

Me desperté agitado pero ya mucho más aliviado. A mi lado estaba Helena susurrando algo en su sueño, le presté atención para intentar discernir alguna palabra pero era inútil, su susurro era una sopa de letras. Apagué el aire acondicionado y prendí un cigarrillo, sabiendo que en cualquier momento se despertaría molesta por el olor que pronto impregnaría el cuarto.

Con Cristina hubiese sido otra la historia. La hubiese despertado, para por esos minutos que preceden al completo despertar, cuando todavía se está un poco anestesiado por Morfeo, ser aún un poco más nosotros y no tanto los demás. Usaríamos ese momento cuando aún los sueños son un poco reales y no tan incomprensibles para ser fugitivo y bailarina erótica, ladrón y mercenaria, soldado y princesa.

La hubiese despertado con unas manos un poco asustadas y llenas de vigor y le hubiese contado mi sueño de las hormigas con las manos. Ella, con la característica de sus sueños siempre placenteros y ligeros se habría dejado llevar. Mis manos la acariciarían enterita, simulando el caminar constante de las hormigas y mis oídos escucharían sus suspiros mientras sus ojos negros, viendo algo por debajo de un par de parpados trigueños y delgados, se moverían todavía con pereza de enfrentar el día.

Así nos gustaba a nosotros contarnos los sueños, así era siempre mejor. Sueños tan reales como el calor debajo de las sabanas o el olor de las almohadas, la suavidad de su piel o la fuerza de mis manos. Definitivamente más reales que cuando intentábamos contarlos con las palabras del diccionario.

Cristina fue una novela que algún día tuve, y cuyas páginas visito seguido en mis recuerdos.

Helena es un cuento corto. Pero como todo cuento corto que se topa con un error, no hay manera de arreglarlo, se convierte en un cuento que no vale la pena seguir contando.

Ella no es de compartir sus sueños, prefiere hablar de las cosas del mundo en donde reinan los relojes y calendarios. Para ella los sueños no son nada, al menos nada más que un sinsentido ridículo. Es por esto que yo casi nunca le cuento a ella los míos. Así se me olvidan más rápido y los despertares son menos alegres. Todos los días un poco más iguales.

Helena se despertó amargada, quejándose por el calor y el olor a cigarrillo. – “El problema quizá sea que este cuento aún no se ha terminado y ya yo estoy pensando en el que sigue” – Le dije –  mientras veía fijamente el humo subir en espiral hacia el techo.

–“¿De qué estás hablando? ¿De nuevo hablando de tus sueños que cada día son más raros?”

Prendí el aire acondicionado y al salir del cuarto dije: –“Este cuento se acabó casi tan rápido como este cigarrillo, pero tranquila, el olor no se quedará por mucho tiempo.”– dejando una estela de humo detrás mío camino hacia la puerta.

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