Un sentimiento muy particular lo inundó, se perdió por unos segundos en un mundo de alguien que creía olvidado, de alguien que se había quedado en sus años de temprana niñez. Ya no tenía 4 ni 5, casi 2 décadas habían pasado desde eso, pero algo detonó la precisa molécula en su cerebro que tenía que activarse para que súbitamente toda la escena que se desenvolvía esa tarde en su cuarto reviviera memorias de aquellos tiempos, tiempos teñidos por imágenes y texturas provenientes de sus mas preciadas posesiones: los invencibles muñecos de superhéroes, los cientos de legos de todas las formas y colores (y claro, ¡sus mega construcciones!), sus libros de dinosaurios que lo hacían soñar despierto, sus caballos de peluche, compañeros eternos a la hora de dormir, y muchísimos mas tesoros que componían su egocéntrico mundo en donde él tenía lo mejor que existía, cada juguete mejor que los de cualquier otro niño. Recordó a una tímida niña entrando en su reino, hija de una amiga de su papá...